ESTÁ VIVO por Mavi Govoy

Nora apagó el despertador de un manotazo. 

—La semana está superada —se dijo para animarse—. Es viernes. Mañana no sonará. 

Media hora más tarde salía a la calle y trotaba sobre sus zapatos de tacón hacia la parada del autobús. Como de costumbre, no había ni un asiento libre. Se acomodó lo mejor que pudo entre un chico de pelo largo que meneaba la cabeza al compás de la música chicharrera que brotaba a través de sus auriculares y una señora que consultaba febrilmente su móvil y grababa mensajes de voz para alguien llamada Yolanda. 

El tráfico aún no estaba infernal y llegó a su destino con diez minutos de margen. La parada de autobús en que se bajó tenía un sorprendente tono anaranjado, una informe mancha naranja se extendía por parte del suelo y de la marquesina. Dio la espalda a la mancha y continuó su camino. 

Cerca de la puerta del edificio de oficinas al que se dirigía había un banco público. El armazón metálico del banco había dejado de ser negro, era naranja, incluso la estropeada madera tenía manchones naranja. Aceleró el paso. 

Las puertas de cristal que daban acceso al edificio se habían vuelto anaranjadas. Mientras pasaba su tarjeta para que el torno se desbloquease y poder entrar, escuchó una carrera: sonaba como un rinoceronte bailando hip-hop, pero resultó ser Néstor, su compañero de laboratorio, becario como ella, quien bajaba a trompicones las escaleras. 

—¡Ven! ¡Corre! Tienes que verlo —urgió Néstor. 

Subieron los dos pisos sin esperar al ascensor. 

—Te vi… por la… ventana —jadeaba Néstor sin dejar de trotar. 

Nora no tenía aliento para decir nada, se limitó a seguirlo, arrepentida de haberse puesto tacones aquella mañana. Pero era viernes y había querido ir un poco más 

arreglada que otros días, porque a la salida los becarios solían juntarse a tomar el aperitivo en un bar próximo. Néstor acercó su tarjeta al dispositivo que controlaba la puerta del laboratorio. 

—¿Preparada? —le dijo. 

—¿Para qué? 

La puerta se desplazó hacia un lado y Néstor le cedió el paso. La gran mesa central era naranja, las probetas, los tubos de ensayo, el alambique, los microscopios, el ordenador, los guantes, las gruesas gafas de protección, los papeles… todo cuanto había sobre aquella mesa era naranja o tenía manchas anaranjadas. 

—¡Jo…! 

Nora se tapó la boca con las manos. En el laboratorio tenían una norma, quien decía una palabrota pagaba una prenda. 

—Sí. ¡Joroba! ¡Está vivo! —remató Néstor—. Lo-hemos-logrado-Nora. ¡Está vivo! 

—¿Lo sabe Cristina? 

Cristina era la jefa del laboratorio y la responsable de aquel experimento. Ella les había marcado las pautas para sintetizar aquellas enzimas que, si todo salía bien, devorarían CO2 y contribuirían a mejorar la calidad del aire. 

—Le he mandado una foto al móvil. Está viniendo. 

—Pero ¿por qué de repente y de forma descontrolada? Nunca hemos conseguido que se reproduzcan. Las sintetizamos, están vivas un par de días y mueren. ¿Qué ha pasado para que ahora se reproduzcan y además, a lo bestia? 

—Pues… —empezó Néstor. No podía ser una coincidencia, el fallo que había cometido la tarde anterior tenía que ser parte del por qué, pero le avergonzaba recordar su metida de pata—. Ayer se me rompió uno de los cristales con esporas. 

Nora le quitó importancia. 

—Y luego lo limpiaste todo. Además era una… muestra… —Los ojos de Nora se desenfocaron más y más, señal de que en su mente contemplaba alguna hipótesis inesperada pero plausible— moribunda… Una muestra de esporas moribundas… 

—¿Qué? ¿Qué se te ha ocurrido? —urgió Néstor, esperanzado. 

En aquel equipo, Néstor era el que no se detenía ante nada, un trabajador infatigable con auténtica vocación por la bioquímica, aplicado y concienzudo. Pero Nora era la que aportaba ocurrencias y puntos de vista insospechados. 

—La contaminación —dijo Nora, ahora con convicción en el tono de voz—. Ayer contaminaste una muestra de esporas, muchas ya estaban muertas, pero las que aun vivían… Se reproducen en ambientes contaminados. Y nosotros nos habíamos empecinado en mantenerlas en un ambiente impoluto, las alimentábamos con CO2, pero no es eso lo que han necesitado para reproducirse. Se expanden cuando encuentran competencia. 

Néstor abrió y cerró la boca un par de veces. 

—Como tengas razón —dijo por fin, con una gran sonrisa en su rostro alargado—, voy a quedar como un genio. 

—A veces hasta yo me creo que lo eres —sonrió Nora. 

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